Patrimonio...

Aquel hombre se ubicaba en el centro de aquel extraño pero cotidiano lugar, observando cómo la gente transitaba de un lugar a otro, percatándose de cómo sus vidas  avanzaban a cada paso que daban. Mientras, él se quedaba estancado en el mismo lugar en que había nacido, casi perdiendo su objetivo principal y razón de existir. Todo esto había sido reemplazado por múltiples labores y empleos: En ocasiones era el encargado de cobijar a palomas y mendigos; la mayoría del tiempo debía proporcionar a los jóvenes un lugar para que expresaran su arte y mensaje al mundo; también era un gran colaborador a la hora de festividades, ofreciendo apoyo para adornos y decoración; ayudaba con la publicidad y por último, era utilizado como un mero indicador de lugares.
Entristeció,  cayendo en la cuenta de lo denigrante que se había convertido su existencia. Hoy era parte de la ciudad vacía y sin sentido que lo rodeaba. Estaba envejeciendo, pudriéndose sin que los otros lo notaran, sin que les preocupara.
 Estaba a punto de darse por vencido, a punto de reconocer su existencia como un estorbo cuando un niño se posó frente a él. Lo miraba atentamente mientras sonreía, sorprendido y admirado, arrancó de su placa un papel que tenía pegado desde días atrás, y la acarició lentamente quitando el polvo. Una mujer se acercó al pequeño y éste al verla apuntó al hombre preguntando por él. La mujer tomó en sus brazos al niño explicándole que aquel hombre había sido un personaje con gran importancia para su ciudad, había sido digno de admiración y respeto, por eso la gente habían construido su imagen para recordarlo por siempre.
El pequeño miró el monumento impresionado, sin saber que el hombre al que miraba con idolatría revivía, permitiendo que la ciudad volviera a completarse, dándole sentido, dejando de sentirse una estatua vacía  y volviendo a convertirse en un monumento importante para la humanidad…